Aquí os dejamos un escrito de una compañera que ha querido compartir con todos nosotros su experiencia personal sobre un brote psicótico, es un escrito duro, realista y a la vez muy personal e interesante. Esperamos que este escrito ayude a la gente a entender lo que sentimos cuando tenemos una crisis, que aunque dura es superable. La autora nos refiere que aunque le ha costado algunas lágrimas recordar lo vivido, le ha servido para liberase y desahogarse.
MI EXPERIENCIA PERSONAL
Hola, soy una mujer de 38 años que ha sufrido varios brotes psicóticos desde el año 2003, que fue cuando me dio el primero.
Por lo que sé, aunque los síntomas son similares, cada persona que sufre una enfermedad mental grave como la mía (tengo un trastorno esquizo-afectivo) vive los brotes de forma distinta. Voy a intentar describir como han sido los míos y las distintas fases por las que he pasado, aunque las fases suelen entremezclarse y formar un estado caótico.
Oscuridad. Pasar un brote psicótico o vivir con psicosis es como estar en un túnel oscuro y tenebroso donde no ves luz al final. El miedo progresivamente se va convirtiendo en pánico, pierdes la noción del tiempo, no distingues entre realidad y paranoia, el amor deja de existir, tu mente distorsionada sólo ve amenaza en los demás.
Añadido a todo esto, las ideas místicas no dejan de rondar tu cabeza y sintiéndote tan extremadamente solo en el mundo, encomiendas tu alma y tu vida a Dios o a Jesucristo, que es el único que puede (y quiere) ayudarte.
Salmos. Te pasas el día leyendo salmos para encontrar un mínimo de consuelo entre la jauría de seres horribles que te rodean y que traman aniquilarte o hacerte daño de cualquier manera. Lloras día y noche, apenas duermes, y cuando menos te lo esperas ¡plaf!, nueva explosión en tu mente enferma que ahora cree tener poderes sobrehumanos y ser una persona especial para Dios, un ungido. Ahora formas parte de los ejércitos celestiales. Ahora eres tú la que resulta amenazante para “los demás”, al fin y al cabo tienes a Dios de tu parte.
Te conviertes en un “ser” prepotente, arrogante y estúpido, propenso a los ataques de ira y a tirar objetos por la ventana. Pierdes el respeto por casi todos y por casi todo lo que te rodea. Bebes, te drogas y no te parece mal porque sencillamente pierdes el alma y la conciencia.